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UN VIAJE DESCONOCIDO - Desde Tacuarembó a San Gregorio de Polanco por la ruta 59: “Económicamente no es viable pero vimos las carencias de la gente”


28.11.2017
UN VIAJE DESCONOCIDO - Desde Tacuarembó a San Gregorio de Polanco por la ruta 59: “Económicamente no es viable pero vimos las carencias de la gente”

Nuevamente salimos del asfalto y fuimos pasajeros, circulando durante horas entre el barro y la tierra. Ésta vez la ruta 59 en Tacuarembó fue la protagonista de nuestra historia, en la que unimos la capital departamental con San Gregorio de Polanco en la empresa ABUS.

Si bien nuestro viaje había sido acordado con tiempo, la lluvia lo puso en duda ya que mucha agua no solo complicaba la circulación sino que podía cortar los caminos. El agua cayó “a baldes” pero sin embargo los transportistas fueron firmes al sostener que el viaje se iba a poder realizar. Nuestro “Viaje Desconocido” comenzó, como ha sucedido en cada uno de ellos, antes de encender el ómnibus.

A pocos metros de la terminal de Tacuarembó se veían los ómnibus de ABUS. Las imponentes y modernas unidades destinadas al turismo tapaban nuestro protagonista del viaje, un Mercedes-Benz con carrocería Busscar que tiene casi 25 años de servicio. 

La ubicación del motor en la delantera de estos ómnibus es adecuada para estos viajes por la tierra, además cuanto más espartano su equipamiento menos cosas se pueden romper ya que como se dice, ´estos caminos te aflojan hasta los dientes´. 

Los hermanos Posada, propietarios de la empresa de ómnibus, tienen un apellido muy ligado al transporte en el norte. Diego y Daniel durante muchos años estuvieron en el transporte como empleados hasta que decidieron formar su propia empresa.

Su camino comenzó en el 2003 con un turno entre Tacuarembó y San Gregorio, solo con el patrimonio de las ganas y la vocación de servir ya que en esos años su actividad la realizaban con un ómnibus contratado, muy al contrario de varias historias que hemos narrado en otras notas donde las líneas rurales generalmente son empresas que cuentan con otros servicios y datan de muchos años. En este caso el servicio rural de esta compañía de ómnibus es la incursión más reciente en el negocio del transporte. 

Los transportistas, al ser consultados del por qué emprender esta aventura, nos dijeron que “era una línea que económicamente no era viable pero vimos la carencia que tenía la gente”.

La viabilidad económica actual de ABUS le permite tener este tipo de servicios que no son rentables. En el caso concreto de la línea Tacuarembó-San Gregorio por la ruta 59 que efectúan hace 3 años, no cuenta con ningún subsidio extra como sucede con varios servicios rurales en otros departamentos. “Nunca pedimos ayuda de la intendencia para hacer este servicio”, aseguraron los hermanos Posada. Para comprobar el compromiso social de los transportistas alcanza con mencionar que llevan sin costo a los maestros, al igual los surtidos para las escuelas. 

EL VIAJE

Puntualmente a las 15:30 horas y con la compañía de la lluvia, el ómnibus partió por la ruta 5 hacia el sur con algunos pasajeros y cantidad de encomiendas y bultos de todo tipo. 

Los 217 km que nos separan de nuestro destino -sin salirnos de Tacuarembó- se tardan entre 4 horas y media y 5 horas en realizar, dependiendo de varios factores. Por ejemplo, sucede que en ocasiones la lluvia complica el camino aunque no interrumpa los pasos.                  

Daniel Posada es el conductor de este servicio y quien conoce al detalle tanto la ruta 59 como sus pasajeros.

Nuestro viaje fue efectuado un día viernes, que como particularidad tiene que parte del pasaje son jóvenes que vienen de estar toda la semana en la capital departamental estudiando y regresan para pasar el fin de semana en sus casas; el lunes nuevamente volverán en el ómnibus de ABUS hacia Tacuarembó.

Entre los pasajeros somos los únicos viajeros no frecuentes ya que casi todos se conocen entre sí. Rápidamente entramos en contacto con la gente y vamos descubriendo historias interesantes, donde el transcurso del tiempo tiene otro valor al de la ciudad.

Ya dejando atrás la ruta 5 nos metimos en la campaña de Tacuarembó rumbo a Aldea San Joaquín, distante unos 45 minutos de la capital. La destructora ruta 59 empieza a pasarle factura al ómnibus, se escuchan ruidos por todos lados en la carrocería y el camino se convierte en una tortura para el vehículo.                                          

Veinte minutos antes de las 17 horas pasamos por Cerro El Ombú y enseguida llegamos al camino de ingreso al poblado La Hilera. Transitamos poco más de 15 minutos y llegamos al comercio de Olga, donde varios jóvenes ayudan a bajar las provisiones que el ómnibus trae para su almacén. Algunos pasajeros llegan a su destino y nosotros proseguimos la marcha rumbo a Cerro de Clara. 

Nuevamente nos hacemos a la ruta 59 y la oscuridad nos toma por sorpresa, es temprano pero lo inhóspito del clima hace ver el panorama más desolado. 

Reinan los puentes de madera, los pasos, el barro, y la pericia de nuestro conductor que cuida la unidad y a sus pasajeros, mientras cruza alguna palabra con ellos, aunque la atención siempre está en el camino.

Falta poco para llegar a Clara que es el destino de la mayoría de los pasajeros. La primera parada es a la entrada del pueblo para bajar un pedido en el Almacén de Daniela. Nuevamente los jóvenes pasajeros no dudan un instante en dar una mano desinteresada para bajar los bultos del ómnibus, algo que por las ciudades se ve poco.

Con la noche cerrada y entre saludos vamos dejando atrás el poblado de Cerro de Clara. En el medio de la ruta nos cruzamos con otra unidad de ABUS, en este caso el servicio que viene de San Gregorio y culmina su recorrido en Batoví. Saludamos a Carlitos, el otro conductor, y seguimos rumbo a la ruta 43, no sin antes pasar por la entrada a Los Furtado, paso Hondo y Estación Rolón. 

Pasadas las 20 horas arribamos a San Gregorio de Polanco con la satisfacción de haber vivido momentos únicos con gente que enfrenta la vida con mucho sacrificio y tienen mucho para dar y enseñar.

ESTUDIAR LEJOS DEL PAGO

Entre los primeros asientos viajan dos jóvenes hermanas que vienen de estudiar toda la semana en Tacuarembó. Jesica y Belén González son de la localidad de Clara y nos cuentan que “los lunes nos llevan nuestro padres hasta la ruta a 35 kilómetros para tomar el ómnibus y los viernes volvemos en este ómnibus que nos deja en nuestro pueblo. Nos quedamos en la casa de una tía en Tacuarembó”. 

Para Jesica, la menor de las hermanas, esta experiencia es nueva “este es el primer año que salgo de mi casa y tenés que adaptarte, ya sabía cómo era porque mi hermana hace años que hace esto”.  

Cuando le consultamos sobre su futuro, ellas tienen claro que en esos pagos no hay muchas posibilidades, como reflexionó Belén: “En la zona, más que tareas rurales no hay, yo quiero seguir algún profesorado pero tenés que ir a Rivera o Montevideo y es otro costo”. 

Las hermanas conocen el sacrificio familiar, no solo por los trabajos rurales sino por el simple hecho de poder estudiar, su hermano mayor está en el INIA de Treinta y Tres con una pasantía, por lo que la emigración de su pueblo natal no es algo ajeno a ellas. “La realidad es que casi todos los adolescentes del pueblo ya emigraron y van al pueblo alguna vez”, nos contaron.

Cuando le preguntamos sobre lo mejor de Clara, ellas no dudan y mencionan la tranquilidad en primer lugar. Ayudar en las tareas laborales es sacrificado pero algo que también se disfruta, “cuando estamos en Clara ayudamos a nuestro padre en las actividades rurales que es algo que nos gusta”.

Olga deL PUEBLO La Hilera

Olga usa unas dos veces al mes el servicio, viaja a la capital departamental a ver a su hijo y nieta y aprovecha a comprar mercadería para surtir el almacén que ella misma atiende. Además tiene la central de El Correo y la cabina telefónica que alguna vez fue de mucha utilidad y hoy, por el uso de los celulares, ya quedó casi en el recuerdo. 

En la charla nos contó sobre su pueblo. “Antes había más gente y era más tranquilo, ahora se ha complicado un poco, por ejemplo hay robos que antes no había”, explicó. 

Llegó al pueblo hace 46 años cuando se casó, pero desde que quedó viuda pensó más de una vez en vender e irse a vivir a la ciudad donde está su hijo. 

Olga destacó la importancia del servicio de transporte para poder movilizarse y los recuerdos que esto le traen: “Sin ómnibus no somos nada en estos pueblitos. Cuando mi hijo era chico, con 5 o 6 años, viajaba en la empresa Sosa que iba hasta Clara, lo mandaba hasta Tacuarembó a la casa de mi madre. El guarda del ómnibus tenía una bicicleta con canasto para hacer los mandados y cuando el ómnibus llegaba a la Agencia ponía a mi hijo en el canasto y lo llevaba hasta la casa de mi madre”, recordó.

Gente del campo

Miguel Ángel Liendo es de Clara y viaja una vez al mes a la capital por trámites. El único medio de transporte para viajar es el ómnibus de Abus tres veces a la semana. 

Danilo Acuña se podría decir que viaja en sentido contrario ya que la mayoría de los pasajeros vuelve a su casa y él regresa a su trabajo en la estancia La Capibara, donde permanece todo el mes o 15 días. 

El hombre sabe lo que es estar lejos de su casa. “Hace un mes que estaba en el seguro porque me lastimé, deseando arrancar a trabajar de vuelta, toda la vida estuve en el campo y hace unos 8 años me fui para la ciudad porque mi hijo no tenía donde estudiar”, recordó. “Mi familia está en Tacuarembó y yo vengo cada 15 días o un mes”, sintetizó.                        

De paseo a La Hilera

Dos jóvenes y una bebé viajan desde la capital hasta La Hilera por motivos familiares, el ómnibus es la opción que tienen para hacer ese viaje. Verónica va con su hija Analía y está acompañada de Joselin. Permanecerán el fin de semana en ese poblado para volver el lunes a Tacuarembó.

En busca de su sueño

Dahiana es de Aldea de San Joaquín pero durante la semana está en Tacuarembó, en donde trabaja para poder solventar sus estudios de canto. Lejos de su casa y su hijo va en busca de lo suyo, que es la música. 

Para esta joven, buscar un mejor horizonte, como sucede en casi todos los casos, significa estar lejos de casa. “Canto cumbia y estudio guitarra y hago alguna cosa melódica, lo hago como solista pero algunos grupos me han llamado. En realidad me gustaría formar mi propio grupo”, explicó.

Sus padres están en una estancia de Aldea de San Joaquín y solo uno de sus hijos está con ellos, “yo estoy toda la semana en la casa de la señora que cuido, mi otro hermano más chico va al liceo pero tiene que quedarse en otro lugar para poder ir al liceo y mi otro hermano trabaja en otro lugar”, explicó.           

Seguir estudiando en Tacuarembó

Yanibel es otra de las jóvenes que durante la semana debe permanecer en Tacuarembó para poder estudiar. Regresa a Cerro de Clara cada fin de semana. Sus hermanos también están en lejos de casa.

Sobre sus estudios nos contó que “estoy cursando 6to. de liceo y en la semana estoy en el hogar estudiantil, somos unos 70 estudiantes ahí. Después pienso seguir contabilidad porque en Tacuarembó lo puedo seguir”, sintetizó.

Anécdotas de la ruta 59: “Una línea deficitaria pero de alto contenido social, y a nosotros nos preocupa la gente que vive ahí, aprendimos a quererla” 

Una vez culminado el servicio nos pusimos a charlar con nuestro conductor en la travesía de la ruta 59, Diego Posada.

¿Qué fue lo que más le ha sorprendido de estos viajes?

“Si bien soy de afuera y conocía la campaña, cuando convivís la lucha diaria de la gente te sorprende. Cuando me entré a topar con los caminos rurales encontrás muchísimas anécdotas que te hacen reflexionar. 

En uno de los primeros viajes, cuando recién estábamos conociendo el camino, se largó un diluvio y nosotros igual salimos en el ómnibus, cargamos a la gente y sus encomiendas y cuando llegamos a la entrada de La Hilera estaba todo crecido y no podíamos pasar. Ya con la noche encima, además de lluvia y frío, no podía seguir hasta ese pueblo y la gente me decía que no me preocupara que ellos se bajaban y esperaban hasta que bajara el agua. Yo los miré y les pregunté si me estaban hablando en serio, no lo podía creer. 

Era una cuestión de humanidad, no los podía dejar ahí, había que buscar otra alternativa y como no conocía les pregunté si sabían otro camino, ahí hicimos varios kilómetros más y pudimos ingresar al pueblo. Ahí se crea una relación muy estrecha con la gente, es como una familia. 

Es una línea deficitaria pero de alto contenido social y a nosotros nos preocupa la gente que vive ahí, aprendimos a quererla”.