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Transporte de Pasajeros

Un viaje al Salto profundo

Servicio Salto Cuchilla del Guaviyú / Año 2013

05.08.2016
Un viaje al Salto profundo

En el año 2013 viajamos en un servicio de ómnibus regular que une -en 4 horas y media- Salto con Cuchilla de Guaviyú.  En este caso nos subimos a uno de los ómnibus de la empresa LAGRECA para internarnos en los poblados más profundos del Salto, llegando al límite con Artigas, para conocer en primera persona las historias de quienes viajan, y la de los choferes y guardas que atesoran tareas únicas.

Servicio: Salto Cuchilla del Guaviyú. Canelones. Empresa: Lagreca. Ómnibus de Nuestro Viaje: Mercedes Benz  Nielson Diplomata.

Nuestro viaje comenzó en los talleres de la empresa Lagreca en la ciudad de Salto,  faltando 20 minutos para las 5 de la mañana en el patio de la empresa. El ómnibus en el que iríamos a descubrir un nuevo “viaje desconocido” no es la excepción en cuanto a la distancia a recorrer.

Salto se caracteriza por tener los servicios de ómnibus rurales más extensos en todo el país, puesto que en algunos casos llegan a realizar hasta casi 200 kilómetros desde la capital hasta los centros poblados más distantes.

En la unidad en la que viajamos Daniel Fernández es el chofer y Andy Bermúdez, el guarda; ambos acomodan las encomiendas y un solo pasajero sube a la unidad para ir hasta el fondo para tratar de dormir.

EL VIAJE

Ya en marcha el ómnibus se dirige a la moderna terminal y shopping de Salto, previo circuito donde sube un puñado de pasajeros que al llegar a la terminal se encuentran con los otros.

A las 5:30 de la mañana el parlante anuncia la partida de nuestro ómnibus y nos dirigimos hacia la ruta 31. El chofer del ómnibus apaga las luces porque sabe que los profesores y maestros aprovechan para dormir en el viaje para “ganar” unas horas de sueño. La ruta ha tenido sus arreglos pero dista de estar en buenas condiciones.

Transcurridos unos 45 minutos de viaje, Daniel aminora la marcha y comienza a frenar, al frente las luces del ómnibus no divisan más nada que la ruta, pero él ya sabe que sube un pasajero, un estudiante que en medio de la noche oscura y sin la luz de una casa que se pueda divisar en el horizonte, está ahí parado, esperando el ómnibus que lo lleva al centro de estudios.

A los pocos minutos llegamos a Colonia Itapebi, donde los liceales completan el ómnibus para ir al centro de estudios que dista a unos 15 minutos de viaje en Rincón de Valentín. Respetuosos y en silencio realizan su viaje, es el último día del mes de mayo del año 2013 y los estudiantes, previo saludo al personal del ómnibus, entregan sus abonos ya que deben solicitar uno nuevo que no tiene costo para ellos. Más adelante, y aún sin amanecer, los adolescentes bajan en el punto indicado.

Nos hacemos nuevamente a la ruta 31 y a poca distancia la dejamos atrás para tomar por la 4 para llegar a Pueblo Biassini, donde baja un policía y sube otro, seguramente intercambiando sus turnos.

El día comienza a asomar y la noche queda atrás mientras pasamos por la entrada al pueblo Las Moras. Luego seguimos por la zona de Egarracino que lleva ese nombre por el propietario de un comercio de la zona. Dejando la ruta 4 nos dirigimos a Colonia Lavalleja, previo paso por pueblo Lluveras donde bajan dos maestras que tienen a su cargo 30 alumnos. Unos kilómetros después llegamos a Colonia Lavalleja donde bajan maestros, profesores y directora que son recibidos por los alumnos en el centro educativo luego de casi dos horas de viaje. 

Mientras tanto hacemos nuestra primera parada, el chofer y varios pasajeros bajan para comprar unas buenas galletas de campaña en la panadería “El Nuevo Rumbo”. Esta parada marca un cambio en nuestro recorrido, se terminan los caminos asfaltados y comienzan los de tierra. 

“Ahora empieza el viaje”, nos dice en tono jocoso el guarda. Dejamos atrás Colonia Lavalleja para retomar nuevamente la ruta 4 durante unos pocos minutos e internarnos tierra adentro. Con el sol asomando de frente, nos sumergimos en la campaña despoblada. Sobre las 8 de la mañana el chofer nos explica: “Ahora vamos a entrar a Pueblo Olivera, de los tres días de la semana, hay uno que no entramos”. 

Nos desviamos del camino de balasto y tierra para ingresar en otro que a su lado tiene vestigios de los antiguos muros de piedra que se utilizaban antes del típico alambrado.

Entre subidas y bajadas y con varias curvas llegamos hasta el comercio Renacer, más conocido como el de Lauro Sena. El guarda certifica con el chofer: “Una bolsa de papa, una bolsa de cebollas, un paquete de cigarros, uno de Aspirina, otro de Novemina y los productos de Avon”.

Seguimos el viaje y un cartel anuncia zona “Talas de Arapey” y a los pocos kilómetros una de las imágenes más tristes, una escuela cerrada que conserva las cortinas descoloridas y rotas por el sol, anunciando que hace muchos años que está inactiva. 

Seguimos viaje entre el camino de piedras y pozos y se repite en cada pueblo la visita a los comercios para bajar los pedidos, así sucedió en Guaviyú de Arapey y Pueblo Ruso, hasta que vamos ingresando a Cuchilla de Guaviyú. 

Como en los anteriores casos el chofer y guarda bajan mercadería, toman pedidos, cobran cuentas y por supuesto se toman tiempo para dialogar con los pobladores. Así el ómnibus realiza un circuito y los pasajeros bajan en la puerta de su casa aunque unos bajen a pocos metros de otros. El destino de este recorrido es en el comercio de  “Yula” que es atendido por Esther, propietaria del comercio. En su comercio se vende de todo, es una mezcla entre cantina y almacén, si hasta vemos un casín. En tanto ella cocinaba un dulce de zapallos recorremos las instalaciones de lo que fue en tiempos de esplendor una fonda de esas que eran parada obligatoria para los viajeros. Las ruedas de carros al frente son vestigios de una mejor época que quedó en el tiempo.

Un vecino del poblado que había viajado con nosotros nos enseña en su casa el chancho jabalí que había carneado, luego una joven en moto se arrima al ómnibus para realizar un encargue y pagar unas cuentas en Salto, otro le paga $100 para recargar el celular, gestión por la cual no se le cobra ningún peso extra. Aún quedan encomiendas para bajar y varias son productos de belleza.

Otra de las rarezas de ese viaje tiene que ver con los diferentes tonos que escuchamos en los pueblos ya que si bien estamos en el departamento de Salto, bordeamos el límite con Artigas, por lo que el portuñol se llega a escuchar o al menos las palabras se pronuncian diferente.

 

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